El umbral
- Carlos L. Ríos
- 14 may
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Se quedó inmóvil en el umbral. No había puerta, ni muros, ni marcas en el suelo. Pero sabía que, una vez diera un paso más, no podría volver.
No era miedo exactamente. Más bien un vértigo repentino. Como cuando estás a punto de decir esas palabras que cambiarán tu relación con alguien que, aunque sigue a tu lado, dejó de acompañarte hace tiempo. O de tomar esa decisión que, por mucho arrepentimiento que arrastre, no admite marcha atrás. Y aún así, sabes que debes hacerlo. Te detienes, con la mirada baja, y te regalas un último segundo de tregua.

A su alrededor todo parecía igual. El aire era el mismo, la luz no había cambiado. Y sin embargo, sentía que el mundo se sostenía en un equilibrio frágil, esperando su decisión. Como si los días futuros estuvieran al otro lado, con los brazos cruzados, observando. Esperando su inevitable llegada.
Nadie le reclamaba avanzar. Nadie le empujaba. Pero tampoco quedaba nada donde estaba. Ya no cabía en el lugar que hasta entonces lo había contenido. Crecía sin avisar, como crecen las cosas que duelen. Las preguntas empezaban a ser suyas. Las decisiones, también.
Por eso estaba allí, quieto, observando.
Algunos pasan por ese momento adormecidos. Otros, distraídos. Pero él lo sentía ahora con claridad. Dejaba atrás algo importante. Y dentro, un peso que no sabía nombrar. No por perderlo, sino por ya no necesitarlo. Eso era lo que más le dolía.
Apretó los labios. No dijo nada.
Y dio el paso.
Solo uno.
Suficiente.
Fotografía original en la que está basado el microrelato
Zuleta - Ecuador
Fotografía: elcreadordenubes

Carlos L. Ríos
elecreadordenubes
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