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El arquitecto

  • Foto del escritor: Carlos L. Ríos
    Carlos L. Ríos
  • 11 jun
  • 2 Min. de lectura

La primera ventana la abrió un lunes. Pequeña, cuadrada, con marcos de madera blanda. No era gran cosa, pero desde allí el horizonte se veía un poco menos hostil.


La segunda llegó pronto. Un arco ancho, con vidrios curvos y una cortina azul pálido. —Quizá el problema era el ángulo —se dijo. Pero el horizonte seguía siendo el mismo: lejano, inmóvil, indiferente. Abrió una tercera. Una cuarta. La octava tenía cristal esmerilado. En la duodécima añadió balcones. Los miradores… vendrían después. Siempre después.


Fachada antigua de un edificio europeo, desgastada y asimétrica, con balcones y ventanas de múltiples estilos superpuestos. Los marcos y molduras, algunos góticos, otros más rústicos, crean un efecto caótico y melancólico. La textura envejecida de los muros y los detalles ornamentales transmiten belleza decadente.


A veces despertaba con la certeza de haber encontrado el diseño ideal. Otras, pasaba la noche entera bocetando nuevas ventanas desde las que mirar, convencido de que un borde distinto o una moldura más atrevida, haría que el mundo allá fuera se acomodara a su desordenado interior.


Y así siguió.

Nivel tras nivel.

Ventana tras ventana.


Subía. Bajaba. Una y otra vez. Asomándose a las antiguas vistas para entender los posibles fallos.Para intentar entender el porqué no conseguía cambiar ese horizonte lejano que cada amanecer le incomodaba más.


Creaba, compulsivamente. Su libreta era un archivo de dudas. Márgenes mordidos, esquinas dobladas, palabras repetidas sin saber por qué. Esbozos de ventanas ovaladas, cuadradas y hasta irregulares. Cada una distinta. Cada una necesaria. Hasta que el edificio se volvió una fachada laberinto de estilos y asimetrías. Una contradicción de estilos que solo él comprendía.


Desde fuera, los turistas fotografiaban su fachada. Hablaban de su belleza caótica, de su admirable ingenio. Los colegios de arquitectos la criticaban por su falta de coherencia estructural. Los vecinos, sin conocerlo, lo describían como un hombre amable. Aseguraban tener con él una gran amistad.


Y él…Sonreía desde dentro, amable.Agradecía los elogios y las críticas con gestos de cabeza y algún que otro enérgico movimiento de manos. Se disculpaba por los andamios permanentes. Por las posibles molestias también.


Pero nadie sabía —porque nadie preguntaba—

que no construía por gusto.

Ni por arte.

Ni por locura.


Construía porque no encontraba la ventana que hiciera que ese horizonte dejara de doler.


Fotografía original en la que está basado el microrelato

Redes - Galicia

Fotografía: elcreadordenubes

Niño pensativo con sombrero de ala ancha y una pluma blanca, mirando hacia un punto fuera de cuadro, detenido en un instante de introspección.

Carlos L. Ríos

elecreadordenubes


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